ROSAS NEGRAS COLOREAN LA VIDA.

Una rosa no conquistará el mundo del estéril dinero, de aquellas calamidades angurrientas ya se encargan las máquinas; pero si podrá hacerle el amor a aquel que se atreva a salpicarse de alegría y perderse por los mundos que se esconden dentro de este. No una afligida rosa de plástico ofrecida desde la vitrina de un supermercado que es codiciada por las burdas intensiones de los burócratas del deseo. No aquella que es intimidada por los diques policíacos de una maceta que se exhibe para el decoro de pulcros hogares.

Quizá olfatear a Pizarnik aliente el brillo del sol esta tarde y los nenufares nos empalaguen de abrazos: "La rebelion consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos", aunque hoy las flores respiran en las entrañas de los albergues del cemento. Adornan los cementerios de los vivos y la tierra de los muertos. Mientras anuncio esto, un pétalo cae displicentemente en medio de la calle.

Pero, también, dos niños ruedan sobre la hierba. En este mismo instante. Se confunden con el olor del universo que, con caricias, han fundado. Se mezclan entre besos deseables y carcajadas inevitables. Las paredes de la ciudad suspiran, aquí y allá, por que ellos las colorean con los dedos manchados en pinturas extraviadas. Una flor toma el mundo por asalto, para envolverse en las diabluras que acontecerán, y el obstinado cemento se desarma. Afligido, desvela su renuncia; nunca supo de bellas celebraciones ni de golosos acontecimientos. Ocurre, y más ocurrencias se encaminan.